miércoles, 7 de septiembre de 2016

Kosovo, donde mezquitas y catedrales comparten las plazas


Kosovo ha sido portada de diarios internacionales en innumerables ocasiones, casi siempre por motivos funestos. Castigado por la guerra, las rebeliones, las iglesias y mezquitas quemadas... en 2008 volvía a los medios al independizarse unilateralmente de Serbia y convertirse en el estado más nuevo del continente europeo (ya hoy reconocido por más de 100 miembros de la ONU). Un país que se asemeja inestable desde fuera, pero en el que basta cruzar la frontera para derribar la imagen calamitosa que se creo en los 90 con la guerra.

'New Born' reza un monumento erigido en Pristina tras la independencia, una frase que se podría traducir al castellano como 'recien nacido'. Kosovo vive su propio nacimiento como nación. Sienta sus bases mirando con anhelo a Europa y dejando, al igual que su hermana Albania, ejemplos continentales en convivencia religiosa.



Se calcula que en torno al 80% de la población kosovar es musulmana, y basta observar el 'skyline' de ciudades como Prizren para comprobar que los minaretes de las mezquitas son amplia mayoría. Pero no por ello se impide que en muchos lugares las catedrales e iglesias convivan en el itinerario turístico con los templos islámicos, o que las minorías cristianas, junto a la tradición ortodoxa serbia, convivan en los mismos espacios.

En ciudades como Ferizaj la iglesia ortodoxa y la mezquita se encuentran separadas por tan solo unos metros. Algo similar a lo que ocurre en Prizren donde a pocos pasos de la gran mezquita, símbolo de la ciudad, aparece otro marcado lugar de interés como la iglesia de San Jorge. En Peja, cuna de la cerveza más famosa del país y ciudad eminentemente albanesa, los dos grandes atractivos turísticos son: por un lado el mercado turco, con su correspondiente mezquita, y por el otro el centenario monasterio ortodoxo dónde aún habitan monjas de clausura.




Si bien es cierto que en un pasado bastante reciente, sumido aún bajo la sombra de la guerra, Kosovo vivió episodios de violencia religiosa con la quema de iglesias y mezquitas, hoy en día sus propios habitantes presumen de la convivencia. "Aquí hay familias musulmanas que regalan a los cristianos en navidad, y comerciantes cristianos que dejan de vender alcohol durante el ramadán por respeto", me comenta Erdis Driza, un joven que regenta un moderno y acogedor hostal en Prizren.

La presencia, aún hoy, de fuerzas policiales a la entrada de los templos ortodoxos, dónde requisan la documentación hasta la salida, parece meramente testimonial. Kosovo es una extensión de Albania, por etnia por historia y por religión, y parece haber heredado de allí el valor de la convivencia. "La religión de los albaneses es Albania" leí alguna vez. Sin duda, en una Europa que camina en sentido contrario, en este rincón de los Balcanes la tolerancia es real.



En las terrazas de Prizren, o de Peja, las cervezas comparten mesa con el café turco (heredado de la tradición otomana de la zona). Señoras con velo pasean junto a sus hijas vestidas de forma radicalmente occidental, la carne halal comparte menús con bistecs de cerdo. Ni siquiera la represión serbia de los 90, magnificada en los medios, parece tal hoy en día: "Cierto que durante los 90 estudiamos el idioma serbio en el colegio y eso, pero poco más" me comenta Driza sobre el tema.

Kosovo, aún considerado como "un territorio en disputa", tiene muy mala prensa. Incluso en países limítrofes como Montenegro me advirtieron: "ten cuidado, aún hay guerra allí", sin embargo, si hay una característica reseñable en el día a día de sus calles es la tranquilidad. Basta pasear junto al río de ciudades boyantes a nivel turístico como Prizren, asomarse a la ventana de una guagua cruzando el país, o perderse por el mercado turco de Peja, para observar un transitar relajado, pacífico... sobre todo alejado de sus estereotipos externos.

Desde su independencia, el nuevo estado mira ansioso a la Europa política. La bandera europea es fácil de encontrar, al igual que en la vecina Albania, y el interés económico que supone la entrada en la Unión es compresible para un país con dificultades. Pero, en un continente donde el pánico y la demagogia han disparado la islamofobia, donde se prohíben prendas de vestir, se miran con recelo los templos musulmanes y los populismos xenófobos ganan fuerza, quizás también Europa debería mirar con envidia hacia Kosovo.

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